lunes, 2 de julio de 2012

CRITICA: Soy Leyenda


 CRITICA                                                       “I am Legend” / “Soy Leyenda” -1958                                                                                                                   escrito por Richard Matheson
 Soy Leyenda. Soy Transformación. Soy Ironía.

* * * *
¿Qué le queda a un hombre cuando se sabe el último de la especie humana? Cuando pensar en el pasado implica recordar a la familia que él mismo enterró y no hay futuro a la vista. En qué emplear el tiempo -del que es único dueño- y los bienes que pueda tener a su alcance, cuando nadie puede detener ni cuestionar su accionar ni sus métodos. La deuda para con una sociedad, con una especie, por haber sido tocado mágicamente con la inmunidad que lo mantiene sano en un mundo infestado de humanoides vampíricos. Sobrevivir. Por instinto, decisión, culpa, aburrimiento, inercia.
                “Soy Leyenda” es transformación. Robert Neville se transforma. Pasa de ser un padre y esposo sin aptitudes sobresalientes, una persona de esas que no reciben el martillazo, y se convierte, primero, en sobreviviente de una epidemia extraña capaz de reanimar a los muertos y llevar a los vivos a un estado donde sobreviven la muerte a costa del canibalismo, la anomia (legal y biológica) y la violencia. Luego el sobreviviente, sano e inmune a la infección, se transforma en la última esperanza para una especie casi extinta. Se transforma en mecánico para reparar su refugio, bien provisto de generadores, comida, herramientas y auxilios; se transforma en médico al curar sus heridas; se transforma en sacerdote al enterrar a su familia; se transforma en científico al buscar la cura. Se transforma.
                No lo sabe, pero no es el único, y paralelamente la sociedad se transforma también. Lo que era en otro tiempo sano se vuelve ahora la enfermedad. Un grupo de infectados que, de alguna forma que el libro no termina de dejar bien en claro, no sufren los terribles síntomas que entregaba el virus apocalíptico y logran sintetizar un medicamento capaz de mantener la carga viral a raya. La sociedad se transforma y ahora, Robert Neville, el único enteramente sano, se vuelve el germen de una nueva sociedad. Germen que, necesariamente, debe ser exterminado.
            Robert Neville, siempre abordado desde la tercera persona, es el héroe en este escenario. Poco se llega a saber acerca de su vida antes del primer brote de la “plaga”. Entre sueños y recuerdos esporádicos, Richard Matheson reconstruye el contexto básico de un ser confiable y de principios. Sabemos que tuvo familia –y que la perdió al año de la infección-, que era un hombre metódico y reflexivo, fuerte física y emocionalmente, sensible y decidido a no dejarse vencer: ideal caballero en lucha contra su quimera, el virus.
             Pero esta cruzada le cuesta caro y se encierra en su rutina. Rutina que consiste en reparar la casa de los ataques nocturnos, provisionarse, instruirse en bibliotecas acerca de virus, vampiros, químicos, sangre, biología, física, etc. También incluye,  durante el día, horas en que los malos descansan, salir a casar a estos demonios. Tanto se encierra que pasa por alto el nacimiento de una nueva generación de infectados, más resistentes a los rayos del sol, al ajo (por el cual sentían repulsión) y capaces de socializar y socializarse. Nuevos individuos formarán la nueva raza humana. Entonces, al cazar a los especímenes “primitivos” de esta nueva raza, a los predecesores del nuevo genoma dominante, Robert Neville se transforma en una criatura mítica, mística y única, que vaga en soledad y en pena mientras todos descansan, dosificando su venganza contra los diferentes en forma repetitiva y sistemática, difícil de vencer y que vive en una fortaleza. Robert Neville se ha convertido en vampiro.
Una incursión original en la ciencia ficción apocalíptica. Un desenlace sumamente cuestionador explota sobre el final; mientras a lo largo de toda la novela se da una excelente narrativa, llena de juegos y descripciones, breves pero necesarias.
La atención en el texto está controlada de una forma muy interesante. El lector sólo está presente en el panorama del protagonista, siendo ojos y oídos de la última persona sana. Mediante la dosificación de las acciones entre los capítulos, la historia envejece junto con el personaje, llegando al final a capítulos más breves y concisos, que representan casi sumariadas acción tras acción, reparando cada vez menos en descripciones situacionales y de ambiente: cada vez se necesitan menos palabras; cada vez el lector entiende más al protagonista, al mundo en que se mueve y cómo lo hace.  Tan buena es la narrativa que más de una vez el lector consigue ponerse por unos instantes en los zapatos del héroe, reaccionando de la misma forma ante ciertos episodios: hacia los tres cuartos del libro aparece un perro sano (en pésimas condiciones, pero no infectado), al cual durante semanas trata de ganarse en cariño mediante presentes de comida y agua fresca. Toda la secuencia de aproximación del animal es sumamente emocionante y uno no puede evitar suspirar un “No!” cuando el perro muere a los pocos días de haberse encariñado. El lector se transforma.
Acompañada por una investigación casi verneana sobre la mitología vampírica, “Soy Leyenda” encuentra la explicación a algunos aspectos vox populi del tema: la repulsión por el ajo, las estacas, el miedo por las cruces, la exposición a los rayos ultravioletas, etc. No es algo menor, dado que esa investigación es la que buscará encontrar el nexo entre la ciencia y la ficción, cosa que dentro de este género resulta imprescindible.
Claramente Robert Neville es el personaje principal, el héroe en este mundo. Y si hay héroe, a mi entender, hay un patiño, un compañero. Su nombre es Ben Cortman, y es un vampiro. En vida viva era el vecino de Robert; ahora muerto solía prestarle guardia a su casa, esperando que saliera por el porche para atacarlo. Sin embargo, y uno sólo lo entiende hacia el final, durante toda la novela Ben suele llamar a gritos a Neville: “Neville! Sal de ahí”. Algo muy especial para la fauna de monstruitos incoherentes con los que se cruza. Recordaba su nombre, y lo reconocía. Una pista gigante acerca de la capacidad del virus de convivir con el cuerpo que lo hospeda. Lo que será, más tarde, el origen del nuevo orden. Dato al que no se le pasa demasiada importancia.
Tenemos héroe y compañero. Falta pues el enemigo. Y no vale decir que el enemigo son quienes atacan la casa de Neville todas las noches, los vampiros, pues sería tonto confundir enemigo con depredador. No. El enemigo en esta historia tiene forma y nombre de mujer: Ruth. Una muchacha –infectada- enviada por la “nueva sociedad” a estudiar sus debilidades como germen patógeno, para asegurar su destrucción. Por supuesto, Ruth no es en sí mala, encarna al verdadero enemigo. El cambio. Y lo hace con ternura y fragilidad. Ahora con Ruth en la escena el papel se vuelve rosa y aparece la historia de amor. El muchacho tosco de civilidad y la niña asustada se van abriendo, las defensas caen,  y se besan.
Esta mujer, Ruth, quien en principio para Neville representa una nueva fe en el futuro, perdió a su marido y a su hijo hace pocos días. Ambos estaban infectados y murieron bajo el yugo Nevilleano sin saberlo. Luego de una aproximación tosca, unas charlas, unos vinos y unos besos, la desesperación se apodera de ambos y Robert ve necesario hacerle un análisis de sangre para asegurarse que esta mujer, nueva brújula en su mundo sin rumbo, viajaría junto a él muchos años en salud. Al ver a través del microscopio recibe del brazo femenino un golpe y un pasaje a la inconciencia. Al despertar encuentra una carta. Carta magna que explica el futuro. Explica el nuevo orden y alienta el exilio de quienes no sean parte, so pena de exterminio.
Robert no se va y espera que vengan por él.  Gracias a Ruth saben donde encontrarlo. Y lo hacen. Y muy humanamente, los vampiros lo exterminan.
“Neville observó a los nuevos habitantes de la tierra. No era uno de ellos. Semejante a los vampiros, era un anatema y un terror oscuro que debían eliminar y destruir”.

Ideas quizás trilladas pero con excelentes giros de originalidad, entrañables personajes, escenarios apocalípticos, ciencia, y una prosa directa, que no repara en barroquismos innecesarios, hacen de esta obra un ejemplar altamente recomendable dentro del género de la ciencia ficción. 

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