viernes, 8 de junio de 2012

Subterráneos


“¿Cómo es viajar en subte? En 30 líneas”. Vaya consigna para una crónica de introducción. Viajar en subterráneo es, hoy en día, una experiencia tan íntima que bien se podría hacer una reseña extremadamente personal y subjetiva. Pero no nosotros, aspirantes de periodistas, diáfanos a la verdad.

Desde las escaleras que descienden a las estaciones, el aire cambia. Se vuelve más dulce, más cálido, más humano. Al poner los pies en vista a la boletería, la atmósfera cambió totalmente. Somos intraterrestres. Como hormigas, personas salen por los molinetes rumbo a las salidas (pues hay hasta seis por estación) en tandas de cuarenta o sesenta. Luego el caudal disminuye. La gente que quiere ingresar a los andenes se hunde entre la parva de gente que busca ascender y salir a la luz.
Inaugurada en 1930, la línea B de la Ciudad de Buenos Aire corre desde Villa Urquiza, con la estación Los Incas, hasta el correo central, en la estación L.N. Alem, en “el bajo” del centro porteño. De cabecera a cabecera y en horas pico, el tránsito de peatones a lo largo de esa ciudad subterránea llega a moverse por sí mismo, a las velocidades propias de los líquidos más densos. El movimiento perpetuo es algo que se puede llegar a ver con un lente positivista, pues así es también en los hormigueros. Dentro, los trenes distan de ser inutilizables, y gozan del crédito de la gente por sus acolchonados asientos con grandes resortes. “De todas las líneas, el más cómodo”- opinan algunos usuarios. El recorrido de la línea (que su empresa publica de 10,15 km) puede llevar entre treinta y cinco y cuarenta minutos. Mas el viaje incluso se torna grato con la presencia de algún que otro artista, “trovadores modernos” es lindo pensar.
En cada vagón uno puede darse el lujo de leer el libro de la realidad y mirar a la gente que lo rodea. De esta forma, el panorama va a ser una constante: oficinistas de pie que agarrados de los soportes metálicos charlan sobre su jornada, estudiantes jóvenes que cuchichean adolescentemente, señoras, señores, artistas, mendigos, parejas y ancianos. Nada que uno no viera en la superficie, pero aquí uno tiene la posibilidad de observarlos realmente (si se lo propone). La presencia de auriculares clavados en sus usuarios es vastísima. Sin embargo, quizás pueda ser inferior aún a la cantidad de teléfonos móviles que uno puede apreciar. Tres de cada cuatro personas (de las sentadas) tendrán el teléfono en la mano, esperando quién sabe qué, dado que revisan su pantalla intermitente.
Es una aventura. El lado positivo de un viaje sin oxígeno, que sigue prevaleciendo por ser más rápido que movilizarse sobre la tierra. La parte “hormiguita” que todos en el fondo tenemos, y que sale de vez en cuando, dosificada y en forma de rutina. 

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