viernes, 8 de junio de 2012

Crítica


BOLIVIA (2001), 75 minutos, Argentina
Director: Adrián Caetano
Guión: Adrián Caetano, Romina Lanfranchini   
Reparto: Freddy Flores (“Freddy”), Rosa Sánchez (“Rosa”), Oscar Bertea (“Oso”), Enrique Liporace (“Don Enrique”),  Marcelo Videla (“Marcelo”).
Música: Los Kjarkas.
Fotografía en B/N: Julián Apezteguia.
Montaje: Santiago Ricci y Lucas Scavino.
Diseño de producción: María Eva Duarte.
Vestuario: María Eva Duarte.


Modelos argentinos for export

    Una vez más, la problemática latinoamericana en Argentina. Particularmente en Buenos Aires. El argentino xenófobo, el argentino no-americano, el que se las cree todas habidas y por haber. Incansablemente jodido por el sistema, acosado por las deudas, y echándole las culpas a otros.
     En Bolivia, de la mano del uruguayo Adrián Caetano (“Pizza, birra y faso”, “Tumberos” y “Crónica de una fuga” entre otros), la realidad de los años 90 en Buenos Aires para un hermano latinoamericano. Durante toda la película, con un excelente desarrollo y puesta de fotografía, Freddy, boliviano, tratará de hacerse su camino, trabajando en un restaurante. Paradójicamente de repente en los primeros minutos un boliviano es el encargado de hacer el asado mientras dos taxistas argentinos se turnan para ir al baño a tomar cocaína.
     En el filme, los tiempos son manejados de manera fluctuante, escenas lentas y largas y escenas abruptas y breves. Víctima del abandono fraternal de los porteños, Freddy sufre discriminaciones por parte de casi cualquier ser que en su camino se cruce. Es tratado peyorativamente de peruano, no es escuchado y mucho menos defendido por nadie.
     Rosa, su compañera en el restaurante es la única figura con la que puede relacionarse, y aún así, ella ha sido vencida hace tiempo por el carácter argento, pudiendo aportarle poco y nada de lo que necesita.
     Personajes que dan miedo, no por ellos individualmente, sino por el reguero de pólvora que los rodea. Desde temprano en la película, el espectador espera impaciente que ocurra esa condenada chispa. Chispa que hará explotar los más celosos rencores, las inconformidades ajenas, los problemas de los otros con el mundo, y los problemas del porteño mal habido.
     “Me cagaron”, “me estafaron”, “el jefe soy yo”, “me escuchas sólo a mí”, “negro de mierda”, “vienen acá a sacarle el trabajo a los pibes”. Frases tristes y trilladas de un estereotipo que se cree más europeo que americano, ególatra al extremo y en una cruzada interminable contra la realidad a la que él mismo hace perder agua por todos lados con un comportamiento más que reprochable.
     Una linda vuelta de tuerca se le da al final cuando se repite una de las primeras escenas (un plano sobre el cartel de “Se busca cocinero/parrillero” en la puerta del local), dando la ilusión de un cierre cíclico. ¿Se repetirá la historia?

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