BOLIVIA (2001), 75 minutos, Argentina
Director: Adrián Caetano
Guión: Adrián Caetano, Romina
Lanfranchini
Reparto: Freddy Flores (“Freddy”),
Rosa Sánchez (“Rosa”), Oscar Bertea (“Oso”), Enrique Liporace (“Don Enrique”), Marcelo Videla (“Marcelo”).
Música: Los
Kjarkas.
Fotografía en B/N: Julián Apezteguia.
Montaje: Santiago Ricci y Lucas Scavino.
Diseño de producción: María Eva Duarte.
Vestuario: María Eva Duarte.
Fotografía en B/N: Julián Apezteguia.
Montaje: Santiago Ricci y Lucas Scavino.
Diseño de producción: María Eva Duarte.
Vestuario: María Eva Duarte.
Modelos
argentinos for export
Una vez más, la problemática
latinoamericana en Argentina. Particularmente en Buenos Aires. El argentino
xenófobo, el argentino no-americano, el que se las cree todas habidas y por
haber. Incansablemente jodido por el sistema, acosado por las deudas, y echándole
las culpas a otros.
En
Bolivia, de la mano del uruguayo Adrián Caetano (“Pizza, birra y faso”,
“Tumberos” y “Crónica de una fuga” entre otros), la realidad de los años 90 en
Buenos Aires para un hermano latinoamericano. Durante toda la película, con un
excelente desarrollo y puesta de fotografía, Freddy, boliviano, tratará de
hacerse su camino, trabajando en un restaurante. Paradójicamente de repente en los
primeros minutos un boliviano es el encargado de hacer el asado mientras dos
taxistas argentinos se turnan para ir al baño a tomar cocaína.
En
el filme, los tiempos son manejados de manera fluctuante, escenas lentas y
largas y escenas abruptas y breves. Víctima del abandono fraternal de los
porteños, Freddy sufre discriminaciones por parte de casi cualquier ser que en
su camino se cruce. Es tratado peyorativamente de peruano, no es escuchado y
mucho menos defendido por nadie.
Rosa,
su compañera en el restaurante es la única figura con la que puede
relacionarse, y aún así, ella ha sido vencida hace tiempo por el carácter
argento, pudiendo aportarle poco y nada de lo que necesita.
Personajes
que dan miedo, no por ellos individualmente, sino por el reguero de pólvora que
los rodea. Desde temprano en la película, el espectador espera impaciente que ocurra
esa condenada chispa. Chispa que hará explotar los más celosos rencores, las
inconformidades ajenas, los problemas de los otros con el mundo, y los
problemas del porteño mal habido.
“Me
cagaron”, “me estafaron”, “el jefe soy yo”, “me escuchas sólo a mí”, “negro de
mierda”, “vienen acá a sacarle el trabajo a los pibes”. Frases tristes y
trilladas de un estereotipo que se cree más europeo que americano, ególatra al
extremo y en una cruzada interminable contra la realidad a la que él mismo hace
perder agua por todos lados con un comportamiento más que reprochable.
Una
linda vuelta de tuerca se le da al final cuando se repite una de las primeras
escenas (un plano sobre el cartel de “Se busca cocinero/parrillero” en la
puerta del local), dando la ilusión de un cierre cíclico. ¿Se repetirá la
historia?
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